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Para ti Greta,

                                                               por todo el amor

                                                        que me hiciste sentir.

 

 

Usted pertenece a mí.

Hay cosas

que pertenecen a otras,

no hay de otra manera.

 

¿Por qué?

no me deja luego decir,
 por ejemplo,

…la sal al mar,
…un ave al cielo,

. . . y usted a mí.

 

Mercedes De Acosta

(New York 1944)

 

 

                                                        “La vida sería maravillosa,

                                                               si tan sólo supiéramos

                                                                    qué hacer con ella”.

              

         Greta Garbo.

 

 

Como Cristo, resucitó al tercer día, al tercer día ella se levantó, sin decir palabras se vistió con sus prendas de ropa, dejando las mías que había vestido en la noche y en el desayuno, se caló las gafas ocultando sus ojos, el amplio sombrero para disimular su rostro, aunque siempre decía que los sombreros mandados a confeccionar a Italia no eran para ocultarse -“era simplemente porque no soportaba el sol”- la eterna costumbre de vivir como una sombra, tratando de pasar sin ser reconocida por el mundo que la rodeaba, encendió un cigarrillo, acompañada por “el miedo”, su eterno compañero de toda la vida, dirigió sus pasos a la puerta, la seguí con el mismo silencio de ella, abrió, antes de salir se volteó, rosando mi rostro con sus largos y fríos dedos, en lo que quiso ser un gesto de cariño antes de marcharse me dijo dos frías palabras a manera de epitafio, sólo dos palabras que cerraban un mundo entre nosotras, apartándonos para siempre, no podía imaginar esta sería la última vez que la vería, no fui capaz de pensar “no le hablaría más”.

 

-Te llamo-. Dijo en un susurro.

 

 

 

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